jueves, 18 de abril de 2013

El escritor y la diva


Cuando Elena, la protagonista de Hablar solos, de Andrés Neuman, confiesa al final del libro lo perdida que anda entre el bosque de su biblioteca y el desierto de su casa después de la muerte de su marido y afirma: “Cómo le hubiera gustado a Mario este libro con cartas entre Chéjov y la actriz Olga Knipper, conyuges a distancia. Él siempre de viaje, ella siempre en el teatro. Los dos hablando de futuros reencuentros. Hasta que la correspondencia se interrumpe. Y hacia el final, de pronto, como una improvisación en medio de un escenario vacío, ella comienza a escribirle a su difunto esposo...”, entonces no me resistí hasta conseguir el ejemplar referido de la correspondencia entre el escritor ruso y la diva del Teatro del Arte de Moscú.

Correspondencia (1899-1904), editado por Páginas de Espuma, son cartas entrañables, íntimas, donde el inicio del amor encendido transmuta a un cariño que triunfa sobre el deseo. Ciertamente no son cartas literarias, sino una correspondencia donde la improvisación y la desnudez del alma de Antón Chéjov y Olga Knipper es notoria, con un lenguaje sencillo, sin freno, de andar por casa. El propio escritor utiliza términos como : ¡Saludos, mi alegría!, ¡querida, preciosa actriz!, ¡querido chorlito mío! Son almas que se necesitan y ante la imposibilidad exigen la escritura del otro. Ella le confiesa en una de sus cartas que “se me hace más fácil vivir cuando me escribes”.

La tuberculosis llevó a Chéjov a vivir en soledad, muy alejado de la persona que amaba y lo suplió con una correspondencia mantenida durante cinco años. En esta obra se recoge una selección de las cartas y telegramas que el narrador y dramaturgo intercambió con su esposa, la actriz Olga Knipper, que además puso en escena papeles de las últimas obras de Chéjov. Curiosamente la familia del autor de La dama del perrito no simpatizaba con Olga, así que esta circunstancia deparó que el amor y matrimonio de ambos se convirtiera casi en encuentros secretos.

En estas cartas, donde los dos artistas conversan en la intimidad, también hay espacio para hablar de lo que también les une, el teatro, no en vano se conocieron en 1898 durante los ensayos de La gaviota. Olga estaba a punto de cumplir los treinta años y Chéjov se acercaba a los cuarenta, reconocido autor de relatos y a punto de alcanzar su primer gran éxito teatral.

Tras la muerte de su marido, Olga escribió durante unos meses un diario, con forma, en algunas ocasiones, de carta escrita a Chéjov, como si la muerte de este no hubiera supuesto cambio alguno:”He esperado mucho tiempo el día en que pudiera escribirte. Hoy, cuando fui a Moscú y visité tu tumba...¡Si supieras cómo es!”.

Este libro es un pequeño tesoro para saber más del Chéjov dramaturgo y también de la lucha del amor de dos artistas, a pesar de la enfermedad y la distancia. Y como colofón a esta reseña no me puedo resistir a hablar de Raymond Carver, conocido como el Chéjov americano. En junio de 1996, según mis cuadernos de lecturas, leí una de las últimas obras publicadas del cuentista americano, Tres rosas amarillas, título que reúne siete relatos extraordinarios. El que cierra esta antología lleva el título que da nombre al volumen y reconstruye de manera magistral los últimos días de Chéjov, y en el que alcanza cotas de auténtica genialidad, con una fuerza narrativa hasta sus últimas consecuencias. En apenas veinte páginas Carver es capaz de resumirnos con intensidad los últimos momentos de la vida del escritor ruso que, antes de dar su último suspiro, solicita celebrarlo con una botella del mejor champán y tres copas de cristal tallado para los presentes: Olga, el doctor Schwöhrer y él mismo. Chéjov, viendo cumplido su deseo, hizo acopio de las fuerzas que le quedaban y dijo: “Hacía tanto tiempo que no bebía champán...


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