miércoles, 1 de mayo de 2013

Leer un buen libro te hace modesto




La pasión por los libros y el amor a las historias que esconden son inquietudes que sentimos todos aquellos que padecemos de libropesía, una propensión maniática, según Quevedo, producida por el contacto permanente con los libros. La editorial Periférica ha publicado La librería ambulante (Parnassus on Wheels, en la edición original), una pequeña joya, fresca y divertida del autor americano Christopher Morley (Pensilvania, 1890-1957) que se lanzó al mercado editorial por vez primera en 1917. Dice el autor en la página 141: “Cuando uno logra ver con lucidez el interior de la naturaleza humana, cosa que te proporcionan los grandes libros, uno siente la necesidad de hacerse pequeño”. Después de su muerte, algún periódico publicó el último mensaje que el escritor había mandado a sus amigos: “Lee cada día, algo que nadie más esté leyendo. Piensa, cada día, algo que nadie más esté pensando. Haz, cada día, algo que nadie más estuviera lo bastante loco por hacer. Es malo para la mente continuamente ser parte de la unanimidad”. Morley, uno de los periodistas más prestigiosos de su época, era un hombre enamorado de los libros y, La librería ambulante, su primera obra, habla sobre esa pasión desde el alma de sus protagonistas.

Esta es la historia del arrojo de una mujer sencilla, soltera, de treinta y nueve años, que lo abandona todo por encontrarse a sí misma, porque la vida es reinvención y, quien se estanca en la rutina, se muere de pena. Roger Mifflin, maestro retirado, recorre los caminos de Nueva Inglaterra a comienzos del siglo XX, ejerciendo la venta de libros por las veredas rurales del este de los EE.UU. con el deseo de regresar a Brooklyn para escribir sus memorias, a bordo del Parnaso Ambulante, una librería itinerante, tirada por una mula renqueante y acompañado de un perro fiel y animoso. El carromato, bien acomodado, va equipado como habitáculo y exhibe en su interior la mercancía compuesta por más de mil libros para vender. Mifflin es un parroquiano de la buena literatura y un excelente vendedor de libros para consuelo y esperanza de sus clientes. Hellen McGill, la narradora de la historia, será su compañera de viaje. Cuando aparece el Parnaso Ambulante por su granja y conoce las intenciones del Sr. Mifflin de vender la caravana, cree que es el momento de aprovechar la oportunidad de su vida: cambiar su rutinaria vida rural y emprender una aventura antes que Andrew, su hermano, se le anticipe. Este, escritor silencioso, ha tenido éxito con su primer libro publicado y, para colmo y desgracia de Hellen, pasa a ser un hombre asediado por la prensa y codiciado por los editores. A Hellen aquello le pareció un accidente en su vida apacible y sencilla de granjera y trató de apartarlo de aquel bullicio. La aventura comienza y los diálogos entre el extravagante mercachifle y la solterona McGill dan comicidad y sentido práctico a los sucesos que acontecen, donde los libros y avatares imprevistos propiciarán una atmósfera intrigante hasta el desenlace final, para regocijo del lector.

Es un libro que se lee sin pestañear, en un suspiro. Aunque la trama desemboca en una final un tanto predecible, para nada menoscaba la magia de esta novela fantástica, irónica y costumbrista.

Dice Christopher Morley, a través de su narradora, en la página 141: “Un buen libro debe ser simple. Y como Eva, debe provenir de algún lugar entre la segunda y la tercera costilla: debe haber un corazón latiendo en su interior. Una historia que es sólo cerebro no vale demasiado”.

La librería ambulante es una novela corta y de lectura sencilla y envolvente, donde los verdaderos protagonistas son los libros. No tiene nada de insustancial. Es un bellísimo homenaje a la naturaleza y una profunda declaración de amor a los libros. Todo un regalo para aquellos que creen que la literatura es una forma de consuelo y también una invitación a la felicidad. 

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