domingo, 24 de noviembre de 2013

Forever, Sontag


Cuando la gente se quejaba de tener que esperarla siempre, Susan no se disculpaba. “Me figuro que si la gente no es lo bastante lista como para llevar algo para leer...”. Con esta tarjeta de presentación de la controvertida pensadora norteamericana, Susan Sontag, arranca el libro Siempre Susan, publicado hace dos meses por la editorial Errata Naturae, a cargo de Sigrid Nunez (Nueva York, 1951), discípula, amiga y nuera de la protagonista de estos recuerdos. Nunez conoció en 1976 a Sontag, trabajó para ella como asistente y fue novia de su hijo David. En el ático del 340 de Riverside Drive de Nueva York vivieron los tres juntos durante un tiempo, a pesar de los reparos que la propia Sigrid puso, pero zanjado por la gran ensayista, de forma tajante: “No seas tan convencional. ¿Quién nos dice que tenemos que vivir como los demás?”

El libro Siempre Susan es un relato detallado de encendidos recuerdos y momentos álgidos ocurridos en aquel apartamento. Allí, Sontag vive, ama, escribe y piensa. Un hogar de muchos latidos entre corazones tan apasionados, como el de Sontag, su hijo y otros personajes, como el del singular poeta ruso Joseph Brodsky, referentes activos de la América literaria de aquellos años sesenta y setenta del siglo pasado, una época ávida de cambios sociales y estéticos. Unas memorias emotivas, llenas de confidencias sorprendentes que nos acercan a una de las figuras más inteligente, vitalista y apasionada de aquellos años, y no menos narcisista, arisca y sadomasoquista, por contrapartida. Leyendo esta crónica narrativa experimenta uno un extraño atractivo por esta extraordinaria mujer, acrecentado, y esto es mérito de su autora, por la sinceridad desplegada en unas páginas escritas con sencillez y naturalidad. Susan era una mujer feminista, pero a menudo atizaba a sus hermanas feministas con despiadadas críticas, especialmente contra la retórica del feminismo, por encontrarlo ingenuo, sentimental y anti-intelectual. Pero lo que más exasperaba a esta irreductible ensayista era darse cuenta de que la compañía de mujeres inteligentes era menos interesante que la de los hombres inteligentes. Solía hacer este tipo de observaciones sin importarle sus consecuencias. Sontag era didáctica y moralista, un tanto pretenciosa: quería ser una influencia para su generación, un ejemplo.


Sigrid Núnez
Sigrid Nunez ha escrito un texto-testimonio interesantísimo para mostrarnos el alma de Sontag y sus quehaceres. Dice Nunez: Ella quería que todos compartieran sus pasiones, y responder con igual intensidad a cualquier obra que a ella le encantase era proporcionarle uno de sus mayores placeres, (pág. 62). Incluso, se sentía como más orgullosa al considerarse a sí misma como una creación propia, y no escatimaba esfuerzos para denostar a aquellos que apostaban más por la seguridad que por la libertad. Decía que esa actitud era deplorable y servil. Sigrid Nunez va desgranando por las páginas del libro, tanto el pensamiento y los gustos literarios, como el compromiso social de su mentora, sin olvidarse de resaltar sus rasgos físicos. Si hay algo que llama la atención de Susan Sontag es su elegante pelo y el toque de distinción de su mechón cenizo, pero lo que más sorprendía a la gente era su preciosa gran sonrisa, (pág. 82). Compartía igual que Virginia Woolf su pasión por los libros. La lectura era para ella una idea del paraíso vital y, para vivir esa vida plenamente, leer era algo necesario, y siempre con un lápiz entre los dedos para subrayar o dejar anotaciones.

A Sigrid Nunez siempre le asombraba que para Sontag nunca nada era suficiente: a menudo me daba la impresión de ser alguien que quería sentir diez veces lo que realmente sentía, (pág. 142). Más adelante se refiere a su suegra como una persona indiscreta, incapaz de guardar un secreto.

Susan Sontag

Nunez ha escrito un libro de memorias sincero y vehemente para evocar la otra vida menos conocida y cotidiana de la que fuera un icono de la intelectualidad americana, unos recuerdos lúcidos y emotivos, con mucha sutileza, que se leen como una novela, un retrato de una mujer fascinante, contradictoria y muy competitiva. Siempre Susan no es una biografía, pero sí una radiografía íntima detallada y rica en matices y, sobre todo, muy bien escrita. Cerrar el libro al alcanzar la página 149 es abrir otra en la memoria del lector para no olvidar a una gran mujer, de una personalidad arrolladora y excepcional, que dejó un legado imborrable en la crítica cultural del siglo XX. ¡Forever, Susan!






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