martes, 4 de febrero de 2014

El deseo infinito de vivir


Susan Sontag compartía la adoración de Virginia Woolf por los libros, su idea del paraíso como lectura eterna. Quería que todos compartieran sus pasiones y responder con igual intensidad a cualquier cosa que a ella le encantase era proporcionarle uno de sus mayores placeres. En el fondo era una mujer de corte didáctico y moralista, quería ser una influencia, mejorar las mentes y refinar los gustos. Le exasperaba darse cuenta de que la compañía de mujeres, por inteligentes que fueran, no eran habitualmente tan interesante como la de los hombres inteligentes. Todos estos recuerdos de esta excepcional intelectual están muy bien recogidos en el libro Siempre Susan, unas memorias preciosas e íntimas que leí hace poco y que reseñé en este blog, de Sigrid Núnez, esposa que fue de su querido hijo David Rieff.

Este acercamiento nuevo que tuve hacia la escritora neoyorquina, con la publicación de los recuerdos de su nuera, me hizo mella, y, a continuación, leí sus diarios tempranos que editó su hijo, bajo el título Renacida, que de igual manera me hizo intimar más con el pensamiento y las ideas de esta irrepetible ensayista. Hice acopio de otras lecturas suyas, hasta que cayó sobre mis manos Un mar de muerte (Edit. Debate), un libro desgarrador sobre la última fase de la enfermedad de Susan Sontag, escrito por su hijo David en el 2008. El libro de Reiff va más allá de estos últimos días finales de su madre y se introduce en la relación madre e hijo, y si al lector le parece una escritura cruda es claro que David lo hace controladamente, impidiendo la espontaneidad de la compasión, porque quiere hacer tributo a una madre que vivió entregada en cuerpo y alma a un ambiente exigente y crítico. Susan no se rendía y murió sin reconciliarse con la idea de morir. Estaba tan llena de proyectos, tenía tantas ideas en mente y tanto trabajo por delante, que no cabía en su cabeza doblegarse a desaparecer, a extinguirse. A pesar del cáncer sanguíneo que la mató el 28 de diciembre del 2004, hasta solo unas cuantas semanas antes de su muerte, estaba convencida de que sobreviviría.

Rieff ha escrito un libro entre los recuerdos y la investigación, como tributo a su madre. Un testimonio implacable sobre una mujer arrolladora y obsesionada por su enfermedad con la que se batió el cobre hasta el último céntimo. Morir es difícil y para un hijo que no pudo ejercer de ayudante de cámara, como tendría que haber sido en ese final inevitable de la vida de su madre, dejan cicatrices. Por eso rinde culto a su madre, cuatro años después de su desaparición, desde la revisión de aquellos últimos días que Sontag estuvo ingresada y postrada en el hospital. Una confesión bastante despiadada, que revela cómo tuvo que acallar la piedad y compasión que la agonía de su madre requería por respeto a la forma que ella decidió morir, y, también, empujado por el carácter tan arrollador que Susan ejercía. Se lamenta del autoengaño de una mujer tan racional, capaz de agarrarse a sentimientos imposibles de optimismo. En aquellos días aciagos, Susan decidió amarrarse a la vida rechazando cualquier consuelo.



David Rieff deja una elegía contenida, alejada de patetismo, para acercarla a una muerte literaria llena de latidos, pero sin la calidez que aquellos momentos vividos requerían de alivio de espíritu. Ese es su lamento y desconsuelo.

Un mar de muerte es un emocionante relato de David Rieff, una crónica íntima que cuenta la lucha desesperada de su madre por la vida y no por la verdad de su fatídica enfermedad; un relato sincero y conmovedor que desvela, por la experiencia propia de un hijo afligido, que la vida es finita, pero los sentimientos y los pensamientos que provoca, parecen infinitos.

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