martes, 4 de agosto de 2015

Una cualidad sobrevalorada

En una reciente entrevista, César Aira afirmaba que, como lector, todo sirve: lo bueno para disfrutar, lo malo para aprender. No hay nada más propicio y nada más acorde con las palabras del escritor argentino que la novela que traemos hoy a esta bitácora. A veces los lectores nos encontramos con libros que relatan las vicisitudes de sus personajes con una mirada compasiva, sin resentimientos, que están a favor de los inocentes y débiles, con respeto a la libertad y, a la vez, con su buena dosis de humor. Cuando esto ocurre, obra el milagro de la literatura, que no es otro que conmovernos. Que la lectura espolea al lector, es algo repetido y valorado por todos, pero aquellas que nos transportan a vivir en plenitud otras vidas y redescubrir las andanzas y vivencias que los autores proponen a través de sus personajes, en verdad, son las que nos ayudan a sobrellevar de mejor manera nuestra efímera existencia.

János Székely (Budapest, 1901 – Berlín, 1958) es uno de esos escritores afines a esa magia que, además, nos advierte que la inteligencia, como se demuestra con la lectura de este libro, es una cualidad demasiado sobrevalorada. Tras la convulsión y descomposición del Imperio Austro-Húngaro, el joven Székely se instaló en Berlín donde no le costó demasiado abrirse paso como escritor y, en 1926, tuvo la ansiada oportunidad de incorporarse como guionista a la industria cinematográfica. Su talento traspasó las fronteras europeas y Ernst Lubitsch le propuso cruzar el Atlántico y marchar a Estados Unidos para adaptar al cine una de sus piezas teatrales. Allí tendría ocasión de vincular su nombre, como guionista, a varias buenas películas. En 1940, obtuvo el Oscar al mejor guión por Arise, my love, basado en una de sus obras teatrales. Ese mismo año publicó Los infortunios de Svoboda desde su exilio americano, una magistral alegoría sobre la invasión nazi que tuvo lugar en marzo de 1939. El escenario de la novela, en esta ocasión, no es otro que un insignificante pueblo checoslovaco donde nunca sucede nada y vive un mozo de la estación de ferrocarril tan bonachón, como idiota, llamado Svoboda.

La editorial Impedimenta recupera este texto breve y satírico de Székely, impecablemente traducido por Magdalena Palmer y cuenta, a su vez, con un estupendo prólogo a cargo del escritor Pablo d'Ors que destaca la claridad narrativa del autor magiar y la intensidad emocional, rica en matices, de todos sus personajes.

La trama desplegada en esta hermosa novela, donde se compagina la sátira con la ternura, contiene sucesos extraños y absurdos que conectan unos con otros, de manera que el lector avanza por sus catorce episodios llevado de manera ininterrumpida a un desenlace épico que culmina de forma brillante, sin ningún artificio efectista, solo con la audacia de colocar cada palabra al servicio de la propia acción narrativa. El pobre Svoboda, un nombre que en checo significa “libertad”, es un ser solitario y obsesivo que vive en los andenes de la estación del pueblo, incapaz de molestar a una hormiga, se pone al frente de una situación extraña para él, que, sin proponérselo, le convertirá en un héroe defensor de su dignidad pisoteada, un verdadero e insignificante ciudadano europeo que reclama sus pertenencias en un momento histórico de impunidad, sometimiento y aniquilación.

Los infortunios de Svoboda es todo un alegato antibelicista, una historia audaz y divertida, muy bien pertrechada, que complace al lector, aunque el trasfondo del asunto sea una farsa negra sobre el valor de la dignidad humana, por donde transitan muchos cobardes y, excepcionalmente, algún ser ingenuo y bobo, como el memorable protagonista de esta bonita gesta, que no teme enfrentarse al invasor.


Székely, con una prosa ágil, sencilla y de humor fino, evidencia que en la vida nunca faltan los conflictos, ni siquiera se salvan de ellos los simplones e inocentes, como le ocurre al admirable grandullón de este relato que recuerda a Las aventuras del buen soldado Sveijk, pero Svoboda es más entrañable y aguerrido. [Reseña núm. 230]

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