martes, 8 de septiembre de 2015

Literatura y psicoanálisis

La relación histórica que han mantenido siempre el psicoanálisis y la literatura se ha mostrado conflictiva y tensa. Faulkner y Nabokov, por ejemplo, observaron que el psicoanálisis quiere intervenir en aquello que los escritores, desde Homero, convocaban en sus textos, donde sus personajes mostraban su fragilidad y su gracia. Sin duda, esta práctica terapéutica iniciada por Freud, como afirma Piglia en una de sus célebres conferencias, se ha ganado el lugar y el respeto merecido en la cultura contemporánea, tan preocupada de indagar sobre el laberinto interno del hombre. Nos gusta admitir que en algún episodio de nuestras vidas triviales hemos experimentado dramas de gran intensidad y que también hemos logrado superar el tedio de nuestra insignificante existencia. El psicoanálisis nos convoca a todos, como sujetos trágicos de un existir en el que estamos inmersos; nos dice que hay un lugar en el que todos somos sujetos extraordinarios, tenemos deseos únicos, luchamos contra tensiones y conflictos profundos, y esto es muy atractivo para ser llevado a la novela y, por ende, analizado en la misma. De ahí que algunos escritores, como el argentino Manuel Puig, se jacte en decir que “el inconsciente tiene la estructura de un folletín”.

El buen relato (Random House, 2015) recoge las conversaciones entre el escritor sudafricano y premio Nobel de Literatura J.M. Coetzee y Arabella Kurtz, catedrática de psicología clínica en la Universidad de Leicester, todo un debate intelectual a través de un intercambio epistolar, surgido entre el novelista y la psicoterapeuta para explorar desde la experiencia literaria la verdad del comportamiento humano.

Joyce parece que vio claro en el psicoanálisis un modo de narrar una posibilidad de construcción formal a través del monólogo interior. Kurtz añade a este matiz que la meta de toda terapia psicológica no es más que liberar la imaginación narrativa del paciente. Si la meta de la terapia es hacer libre al paciente, ¿acaso la verdad es la única vía para alcanzar la libertad?, replica Coetzee.

Arabella Kurtz
Con el subtítulo de Conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica, Coetzee y Kurtz abordan a lo largo del libro un extenso coloquio por el territorio del inconsciente, valiéndose de obras maestras de la literatura, un reducto válido y controvertido para analizar la verdad emocional, tan útil para la psicoterapeuta, como la memoria y el recuerdo, tan necesarios para reinventarnos, como subraya el autor de Elizabeth Costello. Si el desafío de Don Quijote va en la línea de mostrar que la verdad ideal inventada pueda ser mejor a veces que la verdad real, hablando de Los demonios de Dostoievski, de Madame Bovary o de Austerlitz de Sebald, ambos coinciden en que el mundo necesita de la fabulación para explicarse, para buscar el sentido de su existencia.

J.M. Coetzee
El libro de Kurtz y Coetzee es una aproximación a la terapia psicoanalítica desde la trinchera de la novela. Ambas posiciones comparten experiencias y vestigios para indagar en la verdad y la mentira, en el gozo y el dolor. Desde el diván o desde un texto literario, la historia de la propia vida se convierte en una construcción elaborada para curarnos de un mundo no siempre amable. En ese sentido, El buen relato es un intercambio de opiniones que hurga en el alma insatisfecha de cada uno a través de los interrogantes sucesivos que la vida plantea sobre la verdad y que la literatura recoge fielmente. Y es que la verdad y la certeza están equidistantes. Por eso, para el escritor, cambiar de perspectiva le permite observar otra realidad. De ahí que la frontera entre realidad y ficción sea una línea de separación tan frágil y susceptible.

El buen relato es un texto ensayístico interesante y profundo que transita por el terreno del psicoanálisis, desde la perspectiva literaria de la ficción, que plantea hasta qué punto la verdad estricta es imprescindible en la historia personal de un individuo.

Kurtz y Coetzee nos entregan un libro inquisitivo, de lectura exigente, que requiere de un lector curioso y animado para sumergirse en el subsuelo propio de la literatura, ese terreno interior y secreto que toca el subsconciente y que cuestiona si realmente es necesario vivir bajo el dogma de la verdad. [Reseña núm. 237]


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