viernes, 19 de febrero de 2016

Vidas imposibles

Lo mejor de la literatura, viene a decirnos Frédéric Beigbeder (Neuilly-sur-Seine, 1965) en Una novela francesa (2011), quizás lo mejor de su producción narrativa, es que se acuerda de lo que nosotros hemos olvidado: “escribir es leer en uno mismo. La escritura reaviva el recuerdo... Todo escritor es un cazador de fantasmas”. No hay que quitarle razón al francés por lo afirmado, sino que, además, en su nueva propuesta literaria, constata el mismo diagnóstico que Roland Barthes hiciera sobre el oficio de escribir: la escritura cumple una tarea cuyo origen es indiscernible.

Toda novela es, más que nada, forma y, en ella, una mala historia bien contada se puede convertir en una buena historia, mientras que una buena historia mal contada da como resultado un mal libro. Oona y Salinger (Anagrama, 2016) pertenece al grupo de las buenas historias bien contadas, con el aliciente de llevar implícito ese atractivo que tiene para muchos lectores descubrir los secretos de sus mitos.

Beigbeder, expublicista y editor, participó en 2007 en un documental sobre la misteriosa figura de Salinger, el novelista que optó por su bibliografía antes que por su biografía, hasta tal punto que la única noticia cierta de su vida está datada en 2010 con su muerte, a la edad de noventa y un años. Con esta novela, el escritor galo sorprende a J. D. Salinger en plena juventud, fascinado por la deslumbrante Oona O´Neill, hija del dramaturgo Eugene O´Neill, Nobel de Literatura en 1936, en un famoso night club neoyorquino. Allí en el Stark Club nace un idilio romántico entre ambos. Pero lo que pareció una historia de amor imparable, el destino pondrá su freno y truncará el futuro de la incipiente pareja. En 1942, Salinger se alista en el ejército americano, participa en el desembarco de Normandía y en la liberación de los campos de exterminio. Oona, una joven inquieta e impaciente, conocerá en Hollywood a Charlie Chaplin, de 54 años, se enamorará perdidamente del cineasta, se casará con él y tendrá ocho hijos. Aquella ruptura y la nueva etapa sentimental emprendida por su amor platónico marcará de por vida al autor de El guardián entre el centeno. Estas circunstancias y las consecuencias derivadas son las motivaciones que llevaron a Beigbeder a recrear los diálogos que aparecen en la novela, a partir de la correspondencia mantenida entre ellos que jamás se publicó. No falta la presencia de Capote y Hemingway, dos grandes de la literatura norteamericana que contribuyeron a escenificar los encuentros mantenidos por la pareja. Salinger deviene en un personaje incómodo para la extravagante Oona, al que considera difícil de sobrellevar siquiera como amigo.

Desde una juventud desenfrenada y libre, hasta los momentos propios de dos seres instalados en el estadio final de sus vidas, transcurre el devenir de la historia que se cuenta en esta novela, resultando una reflexión sobre el amor y la edad, envuelta en una cierta melancolía y nostalgia. El encuentro final de Oona y Salinger es imaginado, probablemente se encontraron en alguna ocasión, no se sabe. Para eso existen las novelas, para recrear estas posibilidades que la historia no contempla, ni registra.

Oona y Salinger se sitúa en la senda de la non-fiction novel o, incluso, de la faction, una forma narrativa de emplear los procedimientos del arte de la ficción, pero de manera factual, es decir, una mezcla de fiction y fact. Quizás para el autor parisino, la ficción pura, sin el carburante de lo real, puede resultar una pura entelequia. Como también lo puede parecer a otros escritores coetáneos y paisanos suyos, como Jean Echenoz, con novelas como Ravel, Correr y Relámpagos, o las últimas de Emmanuel Carrére, a partir de El adversario. En este modelo de novela biográfica o biografiada, el autor excluye la invención y la fantasía, pero eso no le impide que en su obra no haya un mundo lleno de imaginación, ni de conjeturas. La realidad, como no se cansaba de recordarnos Nabokov, es la única palabra que no quiere decir nada si no va entrecomillada.

Los fantasmas de Beigbeder también están presentes en esta conmovedora historia, hasta el punto de aproximarse a sus propias vivencias, como él mismo alude en el último capítulo de la obra en el que nos cuenta cómo se encontró y enamoró de Lara, su joven esposa.

Enamorarse nunca es un tiempo perdido, aunque su consecuencia final sea dolorosa e, incluso, cruel. Quizás, en el fondo del espíritu huidizo de Salinger, él nunca quiso dejar de ser joven, y por eso creó a Holden Caulfield, en un intento de perpetuar esa aspiración utópica suya de juventud eterna. Pero, como bien dice Chaplin, el hombre que le birló su amor: “para un hombre, la felicidad llega cuando una mujer lo libera de todas las demás mujeres”.


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