jueves, 17 de marzo de 2016

Entre cárabos y mustélidos

Dice Ricardo Piglia en Formas breves (2000) que hay dos tesis sobre el cuento: en la primera sostiene que un cuento siempre cuenta dos historias, en la segunda afirma que el cuento es un relato que encierra un relato secreto. Para el escritor argentino, el arte de narrar es un arte de la duplicación, esto es, de presentir lo inesperado, existe un tipo de relato que teje su trama en función de su desenlace, hay otra variedad que, ya desde su arranque, vislumbra su tono y su pathos. Los cuentos de Clarice Lispector pertenencen a esta especie milagrosa de vidas que vibran y chispean. Luego está también el método de representar historias sin comienzo ni final, al estilo de Flannery O'Connor, en las que se utiliza la captura de un instante o de una rutina para mostrar una sorprendente epifanía.

Los once cuentos que componen Mala letra (Anagrama, 2016), su segundo volumen de relatos desde la publicación de su estupendo libro No es fácil ser verde (2008), de Sara Mesa (Madrid, 1976), se valen, de alguna manera, de estas tesis y variantes narrativas referidas, con el añadido de que la autora muestra predilección por los finales abiertos.

La vuelta al cuento, después de sus dos últimos periplos triunfantes por la novela, con Cuatro por cuatro (2012) y, recientemente, Cicatriz (2015), es un respiro que la autora se ha otorgado, como si de un púgil de pesos pesados se tratara, siguiendo la metáfora de Hemingway, que descansa de la dureza del rango y regresa al cuadrilátero a la categoría de los pesos ligeros, un estilo menos grueso, de más movilidad, pero exigente, como pocos, por su versatilidad y virtuosismo.

Para empezar, Sara Mesa da título a su colección de relatos tomándolo de uno de sus mejores cuentos, Mármol, en el que narra las vicisitudes escolares que tuvo que sortear de niña para mantener el tipo de caligrafía que se exigía en la escuela. En El cárabo, el pálpito narrativo transita por un bosque que evoca el ámbito misterioso de los cuentos infantiles. Sin abandonar la época de formación, Apenas unos milímetros y Palabras-piedra abordan también las incomprensiones y los acosos ocasionados por los adultos a los adolescentes, que los afrontarán resistiendo desde la intemperie y la fragilidad de la que disponen por su edad. Con Papá es de goma, la escritora logra su cuento más tenso y palpitante, quizás el más sobresaliente de todos, en donde unos críos ocultan al mundo el misterio de su hogar. En el último, titulado Mustélidos, rescata de la historia la famosa pintura de Leonardo da Vinci, La dama del armiño, para extraer la atmósfera de los museos y los zoos, que tanto interés y desasosiego producen en los niños. Lo cuentos de Mala letra, en definitiva, hablan sobre todo de niños que no comprenden el mundo de los adultos, pero perciben sus puntos fuertes y tambien sus debilidades.

Mala letra es un compendio de relatos de inventiva fecunda, bajo la atmósfera común de la apariencia cotidiana, en la que parece que nadie sospecha que suceden tormentos, injusticias y remordimientos. Ese es el sitio común donde se cuecen los pequeños misterios de la vida, donde se resume la complejidad del mundo. A Sara Mesa le tiran, además, los escenarios fríos y cerrados, hasta cierto punto deshumanizados, como se aprecia en sus novelas (centros comerciales, ciudades sin nombres, casas cerradas, edificios extraños), por donde sus protagonistas se las apañan como pueden: en su condición de personajes solitarios, raros y angustiados. Sobre ellos se posa una mirada fría, sin ánimo de justificar ni honrar sus vidas, sino sólo de mostrar las derivaciones de la vida corriente y, en cierto modo, caótica de estos seres apabullados por el destino. La idea seminal de estos cuentos gira por el mapa de las vidas de la gente común, de niños angelicales y perturbados, de seres desvalidos, de apariencia normal, que se encuentran alienados en su entorno.


Nos encontramos ante una escritora acreditada y solvente, poseedora de un lenguaje ágil y desnudo, muy visual, con mucha intensidad narrativa. Sara Mesa entrega un fresco literario en el que lo abominable y lo prodigioso se dan la mano. Qué más da su mala letra. Lo bueno es cómo lo cuenta.

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