martes, 25 de abril de 2017

Taller Murakami

Conocí en la oficina del banco a un joven cliente español casado con una japonesa que solía venir una vez al año a visitar a su familia y que tenía una cuenta de ahorros abierta mucho antes de trasladarse a Kobe, la próspera ciudad nipona donde vivía con su esposa desde que se casaron hace unos años. Al tiempo de pasar unos días con sus allegados, solía acudir a hacer alguna que otra operación bancaria por ventanilla. En cierta ocasión se acercó a mi mesa a pedirme asesoramiento sobre sus yenes ahorrados, buscando una mejor rentabilidad de la que le ofrecían los bancos japoneses por aquellas fechas. Hicimos amistad y, como sabía de mi interés por los haikus y la cultura japonesa, me recomendó el libro de Ruth Benedict, El crisantemo y la espada (1946). Como ya conté hace casi cuatro años en una anterior reseña, a raíz de aquellos encuentros e intercambios de lecturas y de autores, descubrí a Haruki Murakami (Kioto, 1949), un escritor adorado por el joven matrimonio del que yo apenas había oído hablar. Comencé con Tokio blues (2005) y After Dark (2008), después llegaron a mis manos más libros suyos. Desde entonces y hasta ahora, la obra del japonés conforma parte del imaginario de lectura contemporánea de la que disfruto ininterrumpidamente.

Lo nuevo y último de Murakami publicado en nuestro país se aleja del género novelístico para aterrizar en el ensayo autobiográfico, en la misma senda que su anterior libro De qué hablo cuando hablo de correr (2010). En esta ocasión, el escritor quiere estar cerca del lector y mostrarle su escritorio, su taller, sus lecturas, sus influencias y, de paso, las cuestiones sociales que le preocupan de su país. Para poner título a todo esto acude igualmente al volumen de relatos cortos de su venerado escritor Raymond Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981).

Dice el novelista nipón en los inicios del presente libro que “escribir novelas no es un trabajo adecuado para personas extremadamente inteligentes”. Según su experiencia, el que lo haga tiene que ser consciente de que escribir una novela es ciertamente afrontar un trabajo lento y sumamente fastidioso, y lo que es más duro, con un rendimiento muy escaso. De qué hablo cuando hablo de escribir (2017), editado por Tusquets bajo la impecable traducción de Fernando Cordobés y Yoko Ogihara, es un texto confesional y tiene por objeto abrirle al lector de par en par las puertas del despacho del mundo literario de su autor, una oportunidad de conocer de cerca cómo y por qué escribe, cuál es el mandato interior que le impulsa a ponerse a escribir, y sus razones para no dejar de hacerlo, un texto 

Hay una cosa imprescindible y reveladora entre las muchas confesiones que se desvelan en este libro tan personal y sincero, algo que otros escritores contemporáneos, como Stephen King o Orhan Pamuk, también lo han subrayado en sus escritos: la lectura constituye un entrenamiento que no debe faltar de ningún modo en la tarea de todo escritor. Probablemente, advierte Murakami, la lectura sea el factor más determinante a la hora de emprender la elaboración de una novela y ponerla en pie, pues para hacerlo “hay que entender, asimilar desde la base cómo se forma, cómo se articula y cómo se levanta”.

Incide también el autor de Kafka en la orilla (2006), cómo fueron sus inicios narrativos escribiendo en primera persona del singular masculino, algo que no dejó de hacer en su carrera literaria durante dos décadas, aunque en algunos relatos sí se sirvió de la tercera persona. Llegar a escribir novelas en tercera persona le llevó su tiempo pero, como bien dice, supuso un aumento exponencial de sus posibilidades narrativas.

De qué hablo cuando hablo de escribir tiene su origen hace seis años, y es un libro fragmentario a modo de textos para ser leídos en una conferencia, en palabras del propio autor. Sin embargo, el lector no va a encontrar ese revestimiento tan academicista que supone asistir como espectador a una conferencia en un aula magna. Aquí impera lo cercano, y el tono utilizado por el escritor japonés es el de una conversación privada donde no se requiere ningún tipo de protocolo ni de artificio, sólo tiene como objetivo revelar opiniones personales sobre el hecho concreto de escribir novelas. Los primeros seis capítulos se publicaron por entregas en la revista Monkey, el resto lo escribió más recientemente, incorporando otras perspectivas y rituales propios, para explicar su taller narrativo.

Podría afirmarse que Haruki Murakami es un escritor que levanta pasiones o tibiezas. El lector que se aproxime a su obra quizá obtenga más dudas que certezas al terminar sus narraciones. No siempre encontrará mensajes cortos, ni reflexiones de calado, ni  un final que dé sentido a lo disperso en sus páginas, pero sí encontrará siempre una suerte de inquietud, de comezón, una especie de sospecha de que todo lo contado nos ha tocado la piel y de que sigue resonando el tañido de su enigma, incluso cuando escribe fuera de los límites de la ficción.

Murakami encarna el prototipo de escritor solitario y reservado, capaz de romper excepcionalmente ese molde para acercarse al lector de su obra con una deliciosa propuesta autobiográfica llena de frescura, un texto inteligente y sencillo que desvela lo que se cuece en el universo creativo de uno de los autores más controvertidos y leídos del panorama literario mundial.


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