jueves, 5 de octubre de 2017

La vida en un mural

Cuando leo, mi aislamiento del mundo fenomenológico se produce demasiado deprisa para notarlo siquiera, escribe Peter Mendelsund en su libro Qué vemos cuando leemos (2014). El mundo que el lector tiene delante y el mundo que lleva dentro, lejos de estar equidistantes, se superponen solapándose, subraya el artista neoyorquino. Cada persona tiene una forma de ver la vida, un mapa de la misma, que es diferente al de los demás. Esto hace que nadie tenga, en realidad, la verdad de las cosas, sino que cada uno de nosotros tiene una verdad. Cada persona capta las cosas desde su mapa y, por tanto, no tiene por qué verlo como nosotros.

Pues bien, un libro, y este que traemos a este cuaderno de bitácoras más si cabe, de Sofía González Gómez (Pedro Muñoz, Ciudad Real, 1993), investigadora predoctoral en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, graduada en la Universidad de Alcalá en Estudios Hispánicos y con un Master en Investigación Literaria y Teatral, confirma que, ciertamente, ese mundo que se le presenta al lector delante de sus ojos, más que interferir con el que uno lleva dentro, propone un conducto, un puente, un pasaje entre ambos.

Una playa de septiembre (La Isla de Siltolá, 2017) es un puñado de relatos, un mural, que cuenta historias y experiencias, pero de alguna manera explica cómo leer esas historias desde la experiencia del narrador. La autora muestra escenas y detalles de la vida real con un pulso narrativo directo, casi proponiendo cómo imaginar y en qué medida los pasajes introspectivos que se desatan en el texto. Una de las tareas que llama más la atención de estos relatos, que tienen mucho de crónicas autobiográficas, es su condensación. Sus piezas narrativas surgen de sucesos cotidianos, y desde aquí el relato se proyecta para hablarnos de sentimientos espontáneos, perplejidades y anhelos que muchos de ellos han brotado como resortes desde la propia literatura y el cine.

Dice Virginia Woolf que para escribir uno tiene que combinar la soledad con la inmersión directa en el mundo, la percepción y la recreación de lo que se ha percibido. Sofía González parece tener bien en cuenta esta apreciación tan interesante, como por ejemplo en Todos los novios de mi vida, uno de los relatos más significativos, en el que la narradora, en apenas tres páginas, resume con eficacia esa combinación referida por la escritora británica. En Vértigo, en cambio, la sugestión del cine incide en la experiencia real, hasta el punto de que una exposición dedicada a Hitchcock puede alterar el curso de una tarde que solo parecía estar concebida para la curiosidad y el encanto. En Una playa de septiembre, relato que da título al libro, el cine y la literatura se funden de nuevo a través de una relación laboral universitaria que se gesta por correo electrónico entre dos compañeros, una joven e inquieta profesora de Lengua y Literatura y un catedrático de Arte Contemporáneo que, finalmente, se desvanece.

En estos textos hay muchos guiños literarios y cinematográficos que quedan plasmados con inteligencia y delicadeza, configurando un relato continuo de una mujer de letras que aspira, dada su juventud, a seguir indagando en las artes y, especialmente, en la escritura. González Gómez, con este debut, inicia una etapa que pone cuerda y sentido a ese reloj literario que parece forjarse en los latidos de su universo personal. Ha sabido desde el comienzo quién sería su interlocutor, y eso le ha facilitado el camino, le ha permitido encontrar el tono narrativo de sus relatos, y como muchos escritores afirman: una vez encontrado el tono, el camino se allana.

Una playa de septiembre es un libro sentido, escrito con sencillez y eficacia, con diálogos vívidos que dan cobijo a vivencias y que reflejan mucho el alma de quien lo ha escrito, una escritora en ciernes a la que habrá que seguir la pista, y que hoy nos entrega este librito encantador donde la realidad y la ficción se mezclan para gozo del lector. ¡Que lo disfrute!

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