jueves, 14 de diciembre de 2017

Los libros y la vida

Uno, como lector, nunca regala su atención a un libro de forma gratuita. Lo hace cargado de esperanzas, con la idea de recolectar su fruto. Asumir ese riesgo es la aventura a la que se está siempre dispuesto a correr cada vez que decidimos leer un libro, confiados en una recompensa final. Cuando el resultado esperado se confirma, entonces el regocijo no es disimulable. Es lo que me acaba de ocurrir con la lectura de este libro, y no reparo en declarar mi gratitud hacia su autor, que hizo posible que así sucediera.

La seducción es un arte, qué duda cabe. Lo sabemos los que acostumbramos a tener siempre un libro entre las manos, los que frecuentamos bibliotecas y librerías y nos dejamos persuadir por esos mundos que otros nos descubren. Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), lector, ensayista, antólogo, novelista, traductor y, desde hace dos años, director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, se caracteriza por eso precisamente, por esa enorme calidez seductora, sinuosa y pujante hacia la lectura, y por ese afán exultante de transmitirnos, como verdadero hombre de letras, su amor irresistible a los libros.

Mientras embalo mi biblioteca (Alianza Editorial, 2017) es un libro nacido al hilo de unas circunstancias personales de traslado de domicilio, con mucha carga de melancolía, que le llevaron a tener que desmontar su oceánica biblioteca, que lucía bien erguida en un antiguo presbiterio en Francia. Se trata de un ensayo envolvente e íntimo, traducido del inglés por Eduardo Hojman, en el que el escritor argentino-canadiense relata todo lo que supuso su biblioteca como recipiente de vida donde reposa el tiempo y su experiencia lectora, en unas circunstancias bien distintas a cómo lo contó en 1931 Walter Benjamin en su breve texto Desembalo mi biblioteca: el arte de coleccionar, en el sentido de reflexionar, mientras sacaba los libros de sus cajas, de los privilegios y compromisos que todo lector deposita en sus estanterías. Dice Manguel que embalar y desembalar son dos caras del mismo impulso, y que sus libros han conseguido conformar a lo largo de su vida bibliotecas esparcidas por diferentes lugares, a modo de autobiografía sucesiva, donde cada libro guarda su chispa del momento en que fue leído.

Lo que ya nos dijo en Una historia de la lectura (1998) de que leer es un poder otorgado al lector con las palabras de otro, para interpretar el mundo, aquí se sostiene igualmente, y se añade lo que subrayaba Kafka en una de sus cartas: “Leemos para hacer preguntas”. Manguel lo mantiene y es persuasivo en ese sentido, hasta el punto de ampliarlo: leer para situarse, para saber cómo y dónde está uno parado, leer para descifrar, además de inquirir.

Este es un libro definido como elegía por su autor, por todo lo que le supuso de dolor abandonar para siempre tierras galas, con ese sentimiento de desamparo, de horror vacui de no poder disfrutar del lugar en el que se había instalado su monumental biblioteca, que tanto tiempo le había llevado reunir, y cuyos libros se amontonaban en cajas bajo sus pies. A pesar de ello, para consuelo suyo, esta circunstancia pondrá más en énfasis su propia sabiduría para animarnos a todos a darnos cuenta de que el verdadero centro de la vida literaria está en la disposición de leer, como actitud mental y solitaria, más allá de donde esté depositado todo libro. Además de esto, hace un repaso por aquellas referencias literarias que significaron su despertar entusiasta por los libros y que insuflaron su pulsión lectora imparable.

Se podría afirmar que Manguel trajo en vena el alma de las bibliotecas. Su madre trabajaba como secretaria en una de ellas. De muy niño se trasladó a Israel al ser nombrado embajador su padre y allí tuvo sus primeros escarceos con la literatura de la mano de su niñera, una joven letrada checoslovaca que le enseñaba canciones y poemas de Schiller y Goethe. Después, al regresar a Argentina, continuaría con más descubrimientos literarios. Las mil y una noches fue uno de sus libros de cabecera. Con apenas dieciséis años empezó a trabajar en Buenos Aires en la librería Pigmalión, y allí se aficionó a leer a los autores anglosajones. Los clientes de la librería eran todos los grandes escritores argentinos del momento. Bioy Casares le recomendó leer a Conrad. Después llegaría Borges que le despertó la curiosidad por Kipling, Stevenson y Henry James.

Los libros siempre han conversado conmigo –dice– y me han enseñado muchas cosas tiempo antes de que esas cosas entraran materialmente en mi vida, y los volúmenes físicos han sido para mí algo muy similar a criaturas vivientes que comparten mi cama y mi mesa.”

Mientras embalo mi biblioteca es un hermoso conjuro literario, un homenaje a las bibliotecas, una declaración de amor y un sincero manifiesto que reivindica la necesidad de ellas. Manguel es un erudito prestigioso de la literatura, un gurú de la lectura que nos devuelve la fe en el poder, misterio y deleite del mundo de los libros.


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