martes, 20 de febrero de 2018

Enfermedad y literatura


Susan Sontag, en su libro La enfermedad y sus metáforas (1980), habla del reino de los sanos y del reino de los enfermos, un destino propio de todo ser humano al nacer. Todos nacemos, según la escritora norteamericana, con ese doble pasaporte de vida. Henning Mankell, por otro lado, en Arenas movedizas (2015), viene a decirnos que la identidad se tambalea cuando tenemos que adoptar una postura determinada ante cuestiones complejas. Y mucho más cuando uno se enfrenta a una enfermedad grave: “el cuerpo se paraliza y sientes que el tiempo se detiene”.

En el interior de la solapa de la contraportada de El desconcierto (:Rata_, 2017) podemos conocer lo que supone para su autora, Begoña Huertas (Gijón, 1965), ese binomio representado por la literatura y la enfermedad. Estas son sus palabras: “Entiendo la literatura como la puesta en común de asuntos universales que nos competen a todos, en este caso la enfermedad y la identidad, el desorden (el desconcierto) que provoca lo primero en lo segundo”. Y qué bien le quita solemnidad al asunto: “El valor de la literatura es precisamente ese, que uno no tiene que arrancarse los ojos, ya lo hace Edipo en su lugar”.

El desconcierto es un testimonio conmovedor, nacido desde las entrañas de la literatura, que se adentra en los inestables movimientos emocionales y físicos provocados por el cáncer. Escrito en primera persona, como corresponde a la esencia de su género, su autora apuesta por proponernos un texto que no se quede atrapado en las garras del dolor, ni que tampoco se quede relegado a la mera tarea de relatar el proceso incierto de tratamiento y curación, sino que aspire a tomar vuelo, desde la propia experiencia dolorosa y desconcertante de la enfermedad a una creación literaria que de valor y sentido a lo narrado. La historia de este libro la protagoniza una reflexión, o varias, según se mire, sobre un ente abstracto, como asegura su autora, o no tan abstracto: la enfermedad. “Yo era como un barril con cuatro agujeros por los que salía el líquido interior a través de unos tubos que iban a parar cada uno a otras tantas bolsas a los pies de mi cama.”

Ante la enfermedad en la que se ve envuelta la protagonista, se suceden, consecutivamente, el impacto, el pavor y la parálisis. Estos hechos los compara con un manotazo repentino a las piezas de ajedrez que conforman el tablero de su vida. De esta manera explicará ella misma cómo la vida tiene que ver con una partida de ajedrez donde las piezas tienen su misión de avanzar en sus escaques, en un plan, más o menos preconcebido, hasta que irrumpe la enfermedad y hace saltar por los aires las ataduras de un cuerpo acostumbrado a funcionar de una forma establecida. “La enfermedad –dice– es una pérdida repentina de la estabilidad, la estabilidad del yo al que estabas acostumbrado”.

Dividido en ocho capítulos, el libro conforma una estructura que encauza al lector a un territorio literario en busca de un sustento que apuntale los cimientos por donde transcurre el sentir y los miedos propios de un devenir incierto, inmerso en esas arenas movedizas a las que se refería en su libro el novelista sueco. “Qué otra cosa ha sido la literatura sino el relato de los miedos y el intento por ordenar el caos”, se pregunta la escritora asturiana. Desde la propia naturaleza literaria le gusta apuntalar su relato con citas y referencias lectoras sobre textos de Proust, Kafka, Mann, Woolf, Tolstoi, Sacks o Zorn entre otros muchos escritores, autores que irradiaron en sus obras la fuerza centrípeta causada por la enfermedad en el escritorio donde cada uno de ellos, a su manera, sorteaban sus envites. A esto se añade también, en forma de epílogo, dos textos a cargo de Natalia Carrero y Javier Azpeitia, respectivamente, que destacan el carácter decidido de Huertas para escribir fuera de ese marco positivista de encarar la enfermedad y de apostar, en todo caso, por un texto escrito por alguien, más que nada, enfermo de literatura, que aborda física, anímica e intelectualmente un trayecto complicado y duro por las latitudes del mal que está pasando.

Begoña Huertas firma un texto convincente con muy buenas hechuras, que, sin escapar del valor confesional de todo el material vivo de sus páginas, destila mucha literatura y pasión, sin tener que apartarse de “mirar la vida desde la enfermedad de la literatura”. Y subraya: “Una enferma de literatura no es capaz de hacer un texto sano, porque la paciente sufre una serie de procesos mentales, probablemente provocados por las lecturas compulsivas a las que la lleva su enfermedad”.

La vida se compone, por lo general, de azares y de adversidades que se cruzan en nuestro camino. La enfermedad no es un hecho premeditado, sino una anomalía, dicen los expertos. Para la inmensa mayoría de las personas del planeta, la vida es supervivencia elemental. Para otros, como Begoña Huertas, sufrir una enfermedad grave es haberse extraviado en el propio cuerpo, en el que sucede algo que uno, si no puede controlarlo, tal vez convenga mejor que tenga a mano una buena dosis paliativa de literatura. Muy buen libro.

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